La frutilla
Imaginar un campo lleno de frutillas, como soñando con los ojos abiertos y sonriendo casi sin querer, pero queriendo. La frutilla, símbolo de Venus por su color pasional y su forma de corazón. Reina de las frutas a pesar de su tamaño, que apenas deja su lugar en la tierra pasa a ocupar un pedestal para ser adorada por padres, hijos, verduleros e ingenieros agrónomos. La fruta preferida de la mayoría y en nuestros comienzos, la nuestra también. Con ella -y gracias a ella- comenzamos nuestro camino.
Sin dudas fue uno de los mejores cultivos que logramos. Alcanzamos estándares de calidad muy altos. Era tan sabrosa, que los propios consumidores visitaban nuestro campo para poder llevarse una bolsa de frutillas orgánicas cosechadas por ellos mismos.
En el año 2004, una empresa de Estados Unidos nos contactó para solicitarnos 800 mil kg. de frutilla orgánica congelada, dejándonos sin palabras de tanta emoción. En ese momento tuvimos que parar y repensar el negocio, ya que nos estaban proponiendo desarrollar una empresa distinta a los objetivos primarios, ¡una gran sorpresa! Con todo, aceptamos el desafío, invertimos en estructura frigorífica y diseñamos un plan de crecimiento a mediano plazo para atender la demanda vigente. Fue de esta manera que Las Brisas se transformó en el primer exportador argentino de frutillas orgánicas. Nuestro staff de personal, que en el inicio estaba constituído por 5 personas, pasó a tener picos de 180 trabajadores. Se dedicaban a la siembra, cosecha, manejo de cultivos, acondicionamiento de la fruta y congelado. Tanta gente a cargo nos generó una responsabilidad tan grande que decidimos abrir un comedor y una pequeña escuela en nuestro establecimiento. Porque además de trabajo, sentíamos la necesidad de ofrecerles un lugar seguro de contención, para ellos y sus familias.
Pero no todo fue crecimiento ni color de rosa (o color de fresa, en nuestro caso). A finales de 2008 se produjo una crisis económica y financiera mundial -con epicentro en Estados Unidos-, y las condiciones del mercado externo cambiaron. Fue entonces que, en 2009, decidimos reorientar el negocio: el proyecto era diversificar los productos y generar valor mediante la integración vertical. No obstante, la idea de llevar la naturaleza a la gente continuaba siendo nuestra guía. Quisimos hacer posible, real y fácil la idea de encontrar y consumir alimentos orgánicos en la ciudad. Hacerlos más accesibles para el consumidor. Había que desmitificar la idea de que sólo quien vive aislado del stress de la ciudad puede alimentarse sin contaminantes o, que consumir alimentos orgánicos es exclusivo de quien lleva un estilo de vida “hippie” -creencias muy instaladas por aquellos tiempos- . Por ello, dejamos de ofrecer materias primas y comenzamos a pensar en productos listos para consumir. Tomamos la decisión de ser nosotros mismos los productores y comercializadores de productos orgánicos listos para su consumo.
De esta manera, Las Brisas se convirtió en el año 2010 en la primera marca argentina en lanzar una línea de jugos gourmet 100% orgánicos, cuyo crecimiento en ventas desde el inicio ha sido constante hasta hoy. Convencidos de querer ser los referentes de este mercado en alza, realizamos convenios con otros productores orgánicos primarios, integrados en una cadena de valor, que nos permitió desarrollar nuevos sabores y productos. Así, el portafolio se nutrió de una variedad de productos de excelente calidad, orgánicos y sin gluten.

¿Y la frutilla? Le seguimos dando la preponderancia que se merece -por compañera, por reina de las frutas, por sabrosa y por cábala- incluyéndola en la mayoría de nuestras líneas de producto: dulces, jugos y smoothies (batidos de fruta).
Hoy, en el transcurso del año 2020, vivimos el éxito de ser una marca nacionalizada, comercializar nuestros productos en todas las provincias a través de diferentes canales de distribución y a otros países de Latinoamérica. Nuestros puntos de venta incluyen las cadenas de consumo más importantes del país.
Conocemos cómo se trabaja en el campo: el proceso de certificación del suelo, la rotación de productos durante todo el año, los métodos orgánicos de desinfección y fertilización, los vaivenes de la naturaleza que nos dejan muchas veces más vulnerables que en la producción tradicional. Conocemos la industria y la comercialización. Conocemos a nuestros consumidores: porque nos marcan el rumbo y queremos estar siempre a la altura de sus demandas. Conocemos todo el hilo conductor, que hoy nos permite elegir en donde pararnos, en quienes confiar y entender que somos todos parte del mismo sistema.
Nuestra esencia es especial y única: porque logramos mantener un equilibro entre todas las partes del ecosistema sin causar daño a ninguna; porque somos la primer marca certificada que aún se mantiene luego de tantos años; y porque creemos en el sistema, en el consumidor y en cada parte de la cadena productiva: desde el campo hasta que un jugo Las Brisas sale de la heladera, se agita, se destapa y se disfruta hasta la última gota.
Una marca humana
Desde un comienzo Las Brisas se fue perfilando como una marca sensible hacia el entorno, empática con la gente y los animales y con un propósito mas allá del rédito económico, entendiendo que las personas, ademas de consumir, viven, es decir, buscan disfrutar de la vida y ser felices. Una marca con valoreshumanos como el respeto y, sobre todo, la confianza.
¿Cómo lo hacemos? Elaborando productos verdaderos, que ayudan a conectar con la naturaleza, por un lado, y comunicando mensajes honestos y positivos, por el otro. En términos del experto en branding y comunicación Marcelo Ghio, consideramos a Las Brisas una Oxitobrand: “una marca capaz de proponer valores humanos positivos, capaz de sostener la promesa de experiencias a través del cumplimiento del compromiso realizado mas allá de las condiciones circunstanciales del contexto en que actúa, capaz de enamorar, inspirar y proporcionar a las personas sensaciones de alegría, placer, bienestar y confianza”.
Las Brisas fue considerada líder desde un comienzo. En primer lugar por ser la primera marca de jugos orgánicos en la Argentina y, en segundo lugar, porque supo mantenerse en constante crecimiento hasta hoy. Esto fue posible gracias a que supimos transmitir confianza, lealtad y credibilidad durante veinte años, a través de la creación de productos cuyo poder -como dice Kevin Roberts en Lovemarks, – ha dado a la marca la posibilidad de crear relaciones de largo plazo y conexiones emocionales con sus consumidores.
La conexión real con las personas se buscódesde un comienzo: escuchándolas y procurando ofrecerles la respuesta que buscaban sin perder nuestra autenticidad.
2. Creando conciencia (en primera persona)
Hablemos de cultura

Desde el comienzo supimos que queríamos transmitir a la sociedad un mensaje de responsabilidad: consumir un producto orgánico es una cuestión cultural, mas allá del consumo momentáneo de un jugo, un smoothie o un dulce libre de químicos. ¿Pero a qué nos referimos con pertenecer a una cultura orgánica?
Si nos detenemos en la historieta que acompaña este artículo entenderemos que nos referimos justamente a lo contrario de lo que sucede en el desenlace. El final deseado sería, para nosotros, un banco de plaza limpio, apto para recibir gente que desee sentarse a descansar y los envases vacíos en la basura -en el caso ideal, al tacho correspondiente a envases de vidrio, cartón o plástico para su posterior reciclado-. Lamentablemente vemos este tipo de situaciones a diario, aunque no siempre suceden de manera intencional. La cuestión aquí radica en entender que para lograr resultados hay que educar y es nuestra responsabilidad como empresa acompañar en esta tarea.
El Diccionario de la RAE define el término cultura como el “Conjunto de conocimientos que permite que alguien desarrolle su juicio crítico”. Ayudemos entonces a la sociedad a desarrollar el juicio crítico necesario en el campo de lo sustentable. Consumir alimentos orgánicos tiene que ver con un modo de vida que se elige. Adquiriendo ciertos hábitos de consumo regularmente vamos moldeando una costumbre, la cual, con el tiempo se transforma en sentido común. Por ejemplo, hoy nos parece inaceptable que una persona tire un papel en el piso, sin embargo, hace unos años probablemente nadie lo hubiese advertido. Hoy el sentido común nos dice que no queremos vivir rodeados de basura y que debemos cuidar los espacios comunes arrojando lo que no sirve en el basurero correspondiente.
Es un mensaje de responsabilidad mutua: nosotros nos comprometemos a poner en el mercado un producto que sea respetuoso con las personas, el medio ambiente y la economía, por ende, sustentable. Por su parte, el consumidor, cuando nos elige, tiene la responsabilidad de transmitir a su entorno las bondades de optar por este modo de vida.
En Las Brisas apoyamos el sistema ecológico para que nuestras ganancias sirvan a un propósito sustancial. Tenemos la esperanza, cada día, de ser parte de un cambio mundial y elegimos a la alimentación y el consumo consciente como medio para lograrlo.
¿Existirá el bosque en algún otro lugar?
“Nací en Santiago del Estero y allí viví hasta los 12 años, cuando, por razones de trabajo, mis padres decidieron que nos mudáramos a Buenos Aires.
Tengo tantos lindos recuerdos de mi infancia, en particular, los paseos al bosque con mi papá. Llevar algo para comer y sentarnos a que me cuente fábulas, historias inventadas o vivencias de su infancia. A veces íbamos solamente él y yo, otras veces se sumaban mi mamá y mi hermano. Siempre era una aventura. Hablábamos sobre los arboles, sobre los pájaros, sobre las estaciones del año y sobre nosotros. En ese lugar mi papá era mi héroe y allí mismo yo también aprendía a serlo.
Cuando me contaron que teníamos que abandonar Santiago y partir a Buenos Aires lloré y me enojé mucho porque pensé que nunca más iba a ver el bosque. Porque para mí ese era el único bosque posible y no existía en ningún otro lugar. No obstante, mis padres me explicaron que en Buenos Aires hay muchas cosas que aprender, otras experiencias diferentes para vivir y me prometieron que en unos años íbamos a volver a visitar. Hace unos meses mi padre dejó este mundo y yo, que hoy tengo 19 años, decidí cumplir con esa promesa que nunca cumplieron y regresar por unos días. Pero ese lugar ya no existe, todos hablan aquí de la deforestación de los bosques nativos y de la rapidez con que esto ocurrió. Me pregunto si esos arboles fueron plantados en algún otro lugar para poder ir a pasar las tardes con mi hijo en el futuro…”

Y tu misión ¿cuál es?
¿Alguna vez te encontraste pensando para qué viniste a este mundo o cuál es tu misión? Seguramente que sí.
Hablando con la gente hemos reparado en que muchas personas saben con certeza la respuesta: Profesores y maestros nos han confesado que sienten que vinieron a este mundo a transmitir su conocimiento a otros. Algunos médicos no tienen ninguna duda que su principal función en la tierra es salvar personas y muchos activistas (ambientales o cualquiera sea la causa) lo saben a ciencia cierta: su paso por esta vida conlleva el compromiso con la causa que defienden.
Desde Las Brisas nos preguntamos cada día cuál es nuestra función como empresa y cuál es nuestra misión. Porque cuidar el mundo significa empezar por nuestro mundo más privado. Porque sabemos que estamos al servicio de un mundo mejor -se lo debemos a nuestros hijos-, tenemos la misión de concientizar, de llevar un mensaje de empatía con la naturaleza, pero también con nuestro entorno social. Construimos un mundo orgánico que más allá de hacernos bien a nosotros le hace un bien a la sociedad: enseñando a elegir alimentos saludables y sustentables.
Queremos dejar una huella y es muy importante que esa huella sea positiva.
Ojalá mi sueño… no se cumpla
“Anoche soñé que estaba con mis hermanos en la playa de Pinamar a la que vamos todos los veranos con mi familia. Era nuestro primer día de veraneo. De manera extraña, la arena no era suave, pinchaba mucho. Miré hacia abajo y pude ver tapitas de botellas, cigarrillos y pedacitos de alambre. Cuando por fin logramos llegar a la orilla, nos miramos, gritamos con los brazos en alto y entramos al agua. Ese era nuestro juego favorito, así inauguramos las vacaciones de verano, mi papá lo llamaba “el ritual”. Pero el mar no era el de siempre: nos encontramos con una especie de laberinto que no nos dejaba avanzar. Había botellas de todo tipo, latas de bebidas, papeles, bolsas, platos y cubiertos descartables. No podíamos movernos. La basura era muy pesada, casi inamovible. Pero lo logramos: llegamos hacia donde se forman las olas dispuestos a saltar y barrenar con el cuerpo. En un momento, entre ola y ola, sentí que me faltaba el aire. Aunque tenia la cabeza fuera del agua, no podía respirar. Volví a zambullirme y salí de nuevo pero seguía sin aire. Desesperado me toqué la cara, la boca y la nariz y ahí me di cuenta que tenía pegada una bolsa de plástico. Traté de sacármela de la cabeza pero no podía, estaba pegada. Gritaba para que me ayuden pero nadie me escuchaba, gritaba sin parar, pero nadie me escuchaba…”

3. Una realidad compleja
El mundo del revés
En el Reino del Revés, canta María Elena Walsh,“nadie baila con los pies”. “Un ladrón es vigilante y otro es juez…y un año dura un mes”…Ese reino imaginario suena realmente divertido. No como el mundo del revés en el que vivimos, un mundo quizás, cada vez más abrumador.
Porque en este mundo del revés el progreso es el reflejo de ciudades contaminadas por la expulsión de gases industriales y medios de transporte, a los que se superpone una intolerable contaminación auditiva.
En este mundo del revés se producen millones de toneladas de alimentos para abastecer a la totalidad de los habitantes del planeta, y sin embargo, demasiadas personas mueren de hambre por desnutrición cada día.
En este mundo del revés los alimentos contaminados con agroquímicos son los permitidos, mientras que los alimentos naturales y orgánicos deben pasar por un riguroso y costoso proceso de certificación.
En este mundo del revés se persigue el mañana sin darle sentido al presente.
Encaucemos, entonces, nuestras intenciones para lograr un mundo íntegro y justo, en el que progresar no implique eliminar los espacios verdes, ni el sonido de las aves ni el aire puro que nos brindan los árboles.
Un mundo íntegro y justo donde todo el que tenga hambre pueda comer de su propia huerta.
Un mundo íntegro y justo donde los alimentos orgánicos sean los habituales, simplemente porque son naturales, nos nutren y hacen bien.
Un mundo íntegro y justo donde el éxito personal se mida por el bienestar, la felicidad y la realización personal.
Un mundo íntegro y justo donde podamos vivir el presente, disfrutando de nuestros hijos, nuestros amigos y nuestras actividades, aquellas que podamos elegir, siendo conscientes de que cada uno de nosotros escribe su propia hoja de ruta.
Para mi la paz es…
“Me llamo Clara y tengo 8 años. Para mi la paz es jugar, hacer lo que me gusta sin molestar a los demás, compartir mis juegos y mi comida, dar abrazos a mi mamá mi papá o mi abuela. Es no empujar a otros chicos, respetar al otro mientras está hablando, ser amigable con el mundo entero. Significa amor, o sea, cuando dibujas muchos corazones uno al lado del otro. Porque la paz está en los corazones de cada uno, o en el cielo, o en la tierra…
Los colores de la polución.
El cielo es de color naranja smog en las grandes capitales del mundo, los mares y océanos se han vuelto negros de petróleo en muchas oportunidades y los montes han pasado del verde al gris, como consecuencia del fuego, en diferentes puntos del planeta.
Toda esta ‘coloración’ artificial, tiene, en la mayoría de los casos, consecuencias mortales para sus habitantes: flora, fauna y seres humanos.
De la misma manera, cuando se les colocan distintos colorantes artificiales -y otro tipo de químicos como conservantes o endulzantes- a los alimentos, las consecuencias pueden llegar a ser perjudiciales para la salud. Al fin de cuentas, con el objetivo de hacer más atractivas las bebidas, los alimentos para chicos y otros tantos productos comestibles, ¿no pecamos los seres humanos de soberbia quitando a la naturaleza de su camino y entorpeciendo muchas veces los procesos?
En Las Brisas declaramos con modestia que nuestros productos no son ni brillantes ni atractivos. Es muy probable que al comparar el color de un jugo convencional con el de un jugo orgánico tu primera reacción sea de sorpresa y hasta quizás dudes en tomarlo. Pero ¡esperá! Tomate un minuto para pensar…
El color de la limonada tradicional es tan brillante y atractivo porque contiene colorantes artificiales -además de otros aditivos químicos como conservantes y saborizantes-. En cambio, las bebidas orgánicas y naturales, al no contener ningún tipo de ingrediente anti natural, toman los sabores y colores propios de cada fruta.
¡Que no te engañen tus ojos! No es la perfección lo que debemos buscar. Cuando vayas a la verdulería y veas un cajón de limones, manzanas o cualquier otra fruta o verdura, todas idénticas en tamaño, forma y color, lo que en realidad tendrás enfrente es el resultado de alimentos modificados y “programados” para ser de esa manera (proceso que, probablemente, también haya influenciado en su sabor y lo notes un poco insípido al ingerirlo).
Somos seres humanos libres y con derecho a decidir qué alimentos ingerir. De la misma manera que somos capaces de elegir rodearnos de los mejores paisajes: los colores del arco iris, el pasto bien verde, los mares color turquesa, las arenas blancas o el indefinido azul del cielo.
Por fin un arco iris
“En la ciudad donde vivo se ven muy pocos arco iris. Y no porque no llueva con sol. Dicen que es porque el smog -esa nube que está más baja que el resto de las nubes, llena de hollín y polvo gris- lo tapa todo. Pero una vez soñé que veía un arco iris en el patio de mi casa. Nacía detrás del limonero y subía hasta perderse en el gran nubarrón gris. Era perfecto, como los de las películas, con todos los colores. El rojo era tan brillante… se mezclaba con el naranja fuego del atardecer. Bien pegadito seguía el amarillo, como los girasoles que se ven en la ruta cuando vamos de vacaciones a la costa. Después el verde, mi color preferido, tan lindo que se juntaba con el turquesa (el color de mi hermana). Me hizo acordar al mar que se ve en las publicidades de turismo en las que muestran esas playas tan lejanas y solitarias. Después seguía la franja azul, tan azul como Blue, el loro de la película Rio. Y el último color, el violeta, que no me gusta mucho, pero me hizo acordar a un pececito que teníamos en casa. No me acuerdo su nombre real, pero era tan brillante que le pusimos de sobrenombre ‘ultra violeta’. ¡Me desperté de mi sueño tan contento! ahora podía ir corriendo a contar a mis amigos que, por fin, había visto un arco iris de verdad.
4. Abrazar el cambio y transformar
Responsabilidad Mutua
Como seres vivos tenemos el deber de lograr la interconexión de todas las partes del ecosistema para salvarnos. Así como cada célula del cuerpo trabaja para mantener, sanar y proteger al conjunto, cada uno de nosotros ocupa un lugar en la sociedad desde el que puede influir con hábitos cotidianos. Esto requiere de nosotros un cambio de conducta orientada hacia el altruismo.
El término responsabilidad mutua habla de la forma en que cada individuo puede ayudar a otro miembro de su comunidad -en todos los niveles de la sociedad-. Ya sea, socorrer a alguien en problemas; asistir a los más chiquitos y también a los más ancianos; educar con orientación inclusiva; hacer accesibles los espacios públicos; decir unas palabras amables o dirigir una sonrisa con buena intención. Como empresa, como gobierno o como ciudadano, a todos nos toca reflexionar.

La huerta propia: la importancia del proceso.
Tener la huerta en casa es una experiencia única y enriquecedora que nos ofrece la posibilidad de:
- Incentivarnos a comer más frutas y verduras.
- Cultivar alimentos libres de pesticidas u otros químicos.
- Saber con certeza la trazabilidad de los alimentos.
- Realizar actividades en familia.
- Asignar a los niños la misión de cuidar una planta, fomentando el sentido de responsabilidad y fortaleciendo su autoestima una vez que el resultado llega al plato.
- Que los niños aprendan, además de los nombres de las plantas, cómo cuidar cada especie y los ritmos de la naturaleza.
Como en todo tipo de educación, se trata de brindar a los chicos las herramientas para que ellos sean parte de la construcción de su futuro. Les damos el poder de crear, de decidir y de consumir haciéndolos participes del proceso.
Por suerte teníamos la huerta
“Tengo 18 años, soy de Misiones y acabo de terminar de estudiar, por fin. Acá en el pueblo nunca fue fácil ir a la escuela. Cuando entré al secundario el transporte escolar dejó de andar y nunca más nos llevó a ni nos trajo de vuelta a casa. Ni a mí, ni a mis cinco hermanos, ni a los chicos de las otras 10 familias que viven acá en el barrio. Yo era el más grande, me la bancaba, pero ellos, pobrecitos.. A veces la helada de la mañana no nos dejaba abrir los ojos durante un trecho de los 6 kilómetros que teníamos que hacer para llegar. Y entonces nos agarrábamos de la mano y así avanzábamos. Cuando había charcos, grandes, como yo era el único que tenia botas de lluvia porque me las prestaba mi papa, los alzaba a upa y los pasaba uno a uno de un lado al otro del charco.
Eso sí, comida no nos faltaba. Por suerte teníamos la huerta en casa, que nos permitía comer de ahí durante todo el año. Aunque a veces el clima nos jugaba una mala pasada… pero bueno, a veces nomas…”
Reciclar, reducir, reusar, respetar
¿Qué sabemos sobre el reciclaje? ¿Para qué sirve realmente?
Quienes crecimos durante la década del ´80 o `90 no aprendimos casi nada sobre ecología o sustentablidad en la escuela, sino que lo fuimos aprendiendo gracias al -o a pesar del- calentamiento global. Sin embargo, los niños del presente están mucho más conscientes de estos temas. Si a eso le sumamos la creatividad innata y su falta de prejuicios, el contexto es ideal para poder enseñarles el concepto recursos limitados. Trabajar y entender la reutilización de los materiales puede llegar a ser una actividad recreativa y divertida y muchas veces redituable.
Aprovechemos su sensibilidad y el desapego natural que tienen los niños respecto de las cosas materiales. Démosle a su capacidad asombrosa de inventiva e imaginación una guía con sentido para el mundo.
Como adultos nos queda la tarea más desafiante: cambiar la manera de elaborar los productos y los servicios. Empecemos por medir su impacto en el ambiente y en la sociedad y sigamos por devolver a la naturaleza algunos de los recursos que hemos obtenido de ella, cooperando para restablecer el equilibrio.
Cuando sea grande quiero ser policía, bombero y doctor
“Cuando era chico y me preguntaban ¿qué querés ser cuando seas grande? variaba entre tres profesiones: policía, bombero y doctor. Si la respuesta era policía, respondía que quería cuidar mi casa, mi barrio y mi familia. Si me preguntaban por qué quería ser doctor, les explicaba que aspiraba a salvar el mundo. Y si respondía bombero, manifestaba la bronca que le había agarrado al fuego por desastre que había causado en el campo de mis abuelos en Mendoza. Arrasó con todo y los dejó sin nada. Hoy, que tengo que elegir qué carrera voy a empezar, todavía no lo se, sólo tengo claro el rasgo que une las tres profesiones: preservar al mundo y a sus habitantes…”
Tomar decisiones: no sólo una cuestión de grandes
Desde siempre se ha puesto el adulto en un lugar de poder -dejando bien marcada la diferencia de status con los niños- cuando de tomar decisiones se trata. Lo cierto es que no todas las decisiones pertenecen al mismo rango y nos olvidamos que, enseñarles a tomar decisiones, es una cuestión fundamental para formar consumidores responsables.
Empezando por asuntos cotidianos, pequeños para nosotros pero de gran significado para los chicos, los vamos empoderando de a poco, a pasos seguros. Mostrándoles opciones disponibles, mejores y peores, haciéndolos conscientes.
Pongamos el ejemplo de un tema común y corriente, bien cercano a nosotros, como las bebidas. Queremos enseñarles que demasiado azúcar es dañino, que hay alimentos naturales que no están procesados, no contienen químicos y también pueden ser ricos y hasta divertido consumirlos. Por un lado, existe el agua, bebida pura y sana por naturaleza. Por otro, existen bebidas llenas de químicos y azúcares, que no favorecen a nuestro organismo en nada -y hasta lo contaminan-. Y en el medio de estos dos extremos existe un rango de bebidas y jugos de fruta, con o sin azúcar. Estas son las opciones disponibles en este caso (aunque hoy existen infinidad de alternativas, les abrimos el abanico de a poco para no confundirlos). Si este ejercicio lo adoptamos a diario y lo trasladamos a diferentes ámbitos, en un futuro probablemente puedan tomar decisiones cada vez más importantes.
Abrazo de perro
“Cuando era chico teníamos un perro en casa que se llamaba Tito. Lo habíamos rescatado de la perrera. Nos explicaron que fue abandonado en la calle apenas nació y, por lo tanto, necesitaba mucho amor, calor y alimento para poder crecer sano, alegre y fuerte. Y así lo hicimos. Yo siempre lo sacaba a pasear a la hora de la siesta, después de almorzar. En el parque corríamos y jugábamos hasta cansarnos. Después nos acostábamos y revolcábamos juntos en el pasto hasta que él se quedaba dormido -generalmente bajo el sol- arriba mío.
Durante un tiempo solía ver unos chicos de mi edad que llegaban más o menos a la misma hora en un sulky, cargado de cosas. Se sentaban a comer y a veces a jugar a la pelota. Un día me preguntaron si quería jugar con ellos, así hacíamos un partido de dos contra dos. Y yo acepté. Y así varias veces. Siempre me llamó la atención que, cuando llegaban, y cuando se iban, le pegaban al caballo con un látigo. No podía entender por qué, si yo a mi perro lo único que hacia era abrazarlo y acariciarlo. ¿Acaso al caballo no le dolía? ¿Por qué lo lastimaban de esa manera? ¿Y por qué el caballo nunca comía? Paco, el chico que tenia 12 años, igual que yo, me dijo que su padre le había enseñado que los hombres tenemos más poder que los animales y hay que pegarles para que nos tengan miedo, sean sumisos y hagan caso, que sino no entienden. Ese día, con Tito, volvimos a casa caminando lento, pensativos, tristes. Cuando llegué a casa lo abrace a Tito y me puse a llorar…»
El aire que respiramos
Informes de la Organización Mundial de la Salud afirman que la contaminación del aire es un factor crucial de riesgo para la salud. Según sus estimaciones más del 40% de la población mundial —lo cual incluye a 1000 millones de niños menores de 15 años— está expuesta a niveles elevados de contaminación del aire en su hogar, debido -principalmente- al uso de tecnologías y combustibles contaminantes para cocinar. La contaminación del aire es una de las principales amenazas para la salud infantil y causa casi 1 de cada 10 defunciones de niños menores de cinco años. El 92% de las personas que viven en ciudades NO respiran aire limpio.
Afecciones neurológicas y asma son algunas de las enfermedades causadas por la toxicidad del aire. Por eso, cuanto más bajos sean los niveles de contaminación del aire, mejor será la salud cardiovascular y respiratoria de la población, tanto a largo como a corto plazo.
Mi amigo el superhéroe*
“Durante mi infancia vivíamos en una zona alejada de la ciudad, a unos 15 kilómetros. En el pueblo había muchos arboles, todo teníamos patio en la casa y hasta había un arroyo al que íbamos a pasear durante las tardes y fines de semana. Al comienzo de segundo grado entró un chico nuevo al colegio y la maestra lo sentó al lado mío. Se llamaba Gastón. Todos lo miraban y señalaban porque usaba una máscara que le tapaba la mitad inferior de la cara, la nariz y la boca, como esas que usan los médicos. Me acuerdo ese primer día como si fuese hoy. Entró mirando hacia abajo directo a ocupar el lugar que estaba a mi lado. Sin hablar, sin mirar, cabizbajo, enojado. Yo era muy tímido e introvertido y siempre llevaba conmigo alguno de los muñequitos de los superhéroes. Ellos eran mis verdaderos amigos. A medida que fueron pasando los días Gastón se fue abriendo y contando cosas: que él y su familia venían de la ciudad, donde vivían cerca de unas fábricas que tiraban mucho humo y siempre había un olor muy feo, raro, pero que ya se habían acostumbrado porque no sólo estaba en el aire sino que ya se había impregnado en todo: en la ropa, en la piel, en el pelo y hasta en la cama.
Me contó que un día él empezó a toser mucho, y le costaba respirar. Entonces sus padres lo llevaron al médico -muchas veces- y decidieron que había que ponerle una máscara para que no respire ese aire contaminado, que, si bien a todos les hacia mal, a él le hacía peor porque podía terminar en el hospital y no iba a poder salir a jugar a la plaza o ir a casa de sus abuelos.
También me contó que estaba triste porque muchos niños lo señalaban y se reían de su máscara. Le preguntaban por qué había venido disfrazado si no era una fiesta de disfraces y se reían a carcajadas. Ese día se me ocurrió una idea. Saqué todos mis muñequitos de superhéroes de la mochila, le pregunté cuál quería ser él y me dijo Batman. Pintamos su mascara blanca con un murciélago de color negro y se la puso. Ojalá yo pudiera ser el Hombre Araña, le dije. Inmediatamente él sacó otra
máscara blanca de su mochila -decía que lo obligaban a llevar otras de repuesto por si se le perdían- y me la dio. La pinté de rojo y azul y los dos nos pusimos las máscaras. Desde ese día andábamos así por los recreos, disfrazados y contentos, porque estábamos juntos. Ya no nos podían molestar, teníamos nuestra defensa y nuestros poderes…”
*Este cuento fue escrito en el año 2017, cuando el Covid-19 todavía no se conocía y usar barbijo era muy poco común.
5. Una nueva oportunidad
El camino de un sueño
El año 2020 trajo consigo al COVID-19 y nos obligó a parar la marcha, a respirar más pausado y a mirar hacia adentro. El mundo, que venía avanzando a ritmo acelerado y apresurado, se detuvo de golpe y comenzó a moverse en cámara lenta. Y en esa frenada tan abrupta, quien no encontró el sostén apropiado a tiempo, tambaleó.
Este año se está acercando al final y muchos nos preguntamos si el próximo año podrá ser mas benévolo, menos duro o acaso compasivo. La realidad es que nadie nos dará la respuesta, porque a pesar de que los gobiernos o los médicos o los investigadores científicos puedan guiarnos, mediante su saber y su liderazgo, mucho depende de nosotros. Como sociedad por un lado y como seres humanos individuales con conciencia y capacidad de discernimiento, por el otro. Porque en el fondo, cada uno sabe que las pequeñas buenas acciones pueden cambiar el mundo, no es solo un cliché.
Para el equipo de Las Brisas, no fue diferente. Han sido meses arduos de trabajo y reflexión en los que entendimos que estamos ante una nueva oportunidad. Meses en los que la sensación dominante fue y sigue siendo “estamos haciendo las cosas bien” y de esta manera queremos y debemos seguir.
Las Brisas es hoy más relevante que nunca y, mirando hacia atrás, sin dudas, volveríamos a elegir este camino. Porque la semilla que plantamos en el año 2000, en nuestro campo en Recreo, Santa Fe, nos hizo crecer fuertes y convertirnos en la empresa que somos. Hoy, cuando las tendencias marcan volver a lo familiar y a conectar con la naturaleza, Las Brisas ya se encuentra ocupando ese lugar. Aunque la situación mundial desafíe las fortalezas y debilidades de la relación con nuestros consumidores, seguimos apoyándolos de forma relevante, verdadera y humana generando constante confianza y conexión. Somos auténticos: han pasado veinte años desde nuestra fundación y diez años de haber lanzado al mercado la primer línea de jugos orgánicos. Con todo, nuestro norte ha sido siempre el mismo sueño y la misma misión.
La prioridad es la gente
El diseñador urbano y autor Jeff Speck, en “A Walkable City: How Downtown Save America” explica cómo la planificación de las ciudades siempre ha tenido un impacto en la vida de las personas; a medida que la tecnología ha surgido para hacer que todo sea más accesible y receptivo, la gente se ha sentido más conectada con los sistemas a su alrededor y más capaz de influir en ellos.
A eso se le suma la frustrante realidad del transito y todo lo que eso conlleva. Si bien el auto fue alguna vez sinónimo de libertad, hoy representa -muchas veces- daños para la salud y el ambiente, pérdida de tiempo y mala calidad de vida. La expansión urbana, que no es sustentable, se debe a su influencia y esto tiene que cambiar. Gracias a expertos como Speck, hoy entendemos que nuestra necesidad de irnos de la ciudad al campo, hace veinte años, era un llamado a conectar con nuestra esencia en tanto seres humanos. Porque no se trata de si uno está en la ciudad o no, sino de cómo está diseñada tu ciudad.
Entonces, la prioridad debería ser, siempre, la gente, no los autos. Partiendo de ese principio, los elementos del espacio público recobran su importancia. Las veredas, las sendas peatonales y el aire que respiramos.
Por otro lado, promover la actividad física como caminar, correr, andar en bicicleta o las máquinas de entrenamiento significa empezar a poner fin al sedentarismo que caracteriza a la modernidad. Una modernidad que muchas veces parece, de forma irónica, que se ha quedado en el tiempo. Una modernidad que asocia éxito con adicción al trabajo y calidad de de vida con el auto que manejamos.
Consumo consciente
Cuando hablamos de consumo consciente contemplamos el impacto de las decisiones de compra en el medio ambiente, la salud y la vida de los consumidores en general.
Existen varias maneras de consumir conscientemente: viajar a destinos cerca de casa, hospedarse en alojamientos ecológicos, comprar productos locales y de segunda mano o comprarlos de calidad cuando se pueda. Se trata en definitiva de adoptar un estilo de vida más minimalista: no sólo de ser un poco más ecológico, sino de cuestionar cómo (y cuánto) consumimos.
Dentro de este ‘paraguas’ del consumo consciente, un tema que nos concierne es el etiquetado de los productos alimenticios. Diferentes estudios confirman la importancia de la información provista en las etiquetas. Los autores Irfan y Waris, en un estudio que publicaron en 2018 indican que la inversión de recursos en el diseño de etiquetas ecológicas y la concienciación sobre la sostenibilidad del medio ambiente, son útiles para producir un comportamiento del consumidor con conciencia ecológica, por la simple razón de ser fuente confiable de información para el consumidor. En un país en desarrollo como Argentina, en el que la cultura orgánica no está todavía arraigada en los consumidores, la importancia de las etiquetas verdes es primordial.
En los rótulos de los alimentos convencionales muchas veces encontramos una lista de componentes ilegibles, incomprensibles y hasta atemorizantes cuyo propósito no es el de nutrir, sino modificar las características del producto. En este grupo están los aditivos químicos como son los conservantes, saborizantes y colorantes: tartrazina, glutamato de sodio, JMAF o aspartamo, por nombrar sólo algunos. La regla más básica para entender si un producto es saludable es que la lista de ingredientes sea lo mas corta posible. Si contiene pocos ingredientes se tratará, en general, de un alimento poco procesado y se acercará más a lo natural.
Comprar de forma sostenible, con la intención de preservar el medio ambiente, es una forma de consumir de forma más consciente. También cuando se trata de los niños. Criar hijos que consuman poco suena raro, ¿no? En un mundo en el que podemos comprar muchos mas juguetes que antes (que, por cierto, duran mucho menos también) pensamos que hacemos felices a los chicos regalándoles cosas nuevas todos los días, cuando probablemente, no sea tan así.
Kim John Payne, autor de Simplicity Parenting, está de acuerdo en que tener demasiadas cosas puede ser irritante para los niños. Según Payne, reducir las pertenencias de un niño les hace muchos favores. Entre otras cosas:
- Reduce la sobrecarga sensorial que afecta a tantos niños y les permite centrarse en juguetes específicos, prolongando su tiempo de juego. Además,
- Cultiva una actitud de aprecio y cuidado.
Los niños son capaces de entender mucho más de lo que nos imaginamos. Si los padres les explicamos que menos cosas equivalen a más dinero, más tiempo y si encima, les enseñamos que más tiempo libre significa sumar aventuras y experiencias, los resultados no deberían ser más que positivos.
Por supuesto que no es para nada fácil pero en el momento en que entendemos la importancia ya no se puede ignorar.
Imaginando un escenario ideal, cuando se encuentre frente a una nueva compra, el consumidor consciente se preguntará: “¿Este producto se fabrica de acuerdo con mis valores? ¿Estoy apoyando la economía local? ¿Las personas que producen este artículo son tratadas y compensadas de manera justa? ¿Es un producto hecho para durar?” Como resultado de estas preguntas, los consumidores conscientes se encontrarán apoyando la agricultura orgánica, el comercio justo y los productos fabricados en talleres legales y la economía local.
Imaginando otro escenario ideal, los alimentos contaminados con agroquímicos deberían pasar por un riguroso proceso de certificación, mientras que los alimentos orgánicos deberían ser naturalmente permitidos.
El mundo ideal no existe, pero si aspiramos a él, vamos por buen camino.
Cuando el rompecabezas se arma
En Argentina existen cada vez más programas públicos de inserción laboral cuyo objetivo es capacitar e insertar a los jóvenes con mayor vulnerabilidad social, -que a su vez estén dentro del rango de la población económicamente activa-, en empresas que están dispuestas a proveerlos de dicha experiencia laboral. Estos programas les permiten capacitarse y participar de espacios de intercambio y reflexión para que adquieran herramientas de inserción laboral y hábitos de convivencia social. Durante el tiempo que dura la práctica, además, los participantes del programa reciben una remuneración económica.
Muchas veces sucede, como en nuestro caso, con el programa Nueva Oportunidad de la Municipalidad de Rosario, que, una vez finalizado el programa, la empresa decide contratarlos de manera efectiva. Sin dudas podemos decidir que este es un caso de éxito y, por sobre todas las cosas, que cuando las piezas de una sociedad se unen para el bien común de sus habitantes y encajan tan bien, la sensación de todas las partes que participan es de satisfacción, orgullo y optimismo. Llevar a cabo prácticas que sean social y ambientalmente responsables es el pilar fundamental de Las Brisas y de muchas otras empresas que están en la misma sintonía, fomentando el cambio.
Además, es enorme la alegría de saber que la cantidad de gente capacitada aumenta sin cesar. En Argentina cada vez hay más alumnos que eligen tecnicaturas en Producción Orgánica. La motivación es intrínseca en los jóvenes de hoy, que saben que la sustentabilidad es el futuro -y cultivar de forma orgánica una de sus ramas principales-.

Epilogo
Esta es la historia de cómo nos convertimos en lo que somos hoy. Quisimos transmitirla porque creemos que las decisiones que tomamos en relación a los alimentos y bebidas afectan la salud de las personas, las comunidades y nuestro planeta. Todos los días optamos por producir las mejores y más ricas bebidas orgánicas porque estamos convencidos de que los alimentos cultivados orgánicamente puede tener un impacto positivo en la gente y el medio ambiente. En definitiva, son todas estas las razones por las que estamos comprometidos y aportamos nuestro granito de arena para hacer que este cambio sea posible, para inspirar a la mayor cantidad de gente y, sobretodo, a las nuevas generaciones.
Esto es #CulturaOrganica.
Bibliografía:
- Marcelo Guio, “Oxitobrands, marcas humanas para un mercado emocional”, Graal Ediciones, Argentina, 2009
- Kevin Roberts, “Lovemarks, The future beyond brands», expanded edition, 2005, PH Books, USA
- Luana Hervier. «Luana Living: Nutrición y Movimiento para el Cuerpo y el Alma”, 2016, Editorial Kier, Argentina
- Steven Cohen. “The Sustainable City”, 2017, Columbia University Press, New York
- Jeff Speck. ”Walkable City: How Downtown Save America”, Farrar, Straus and Giroux, 2012
- https://www.who.int/topics/air_pollution/es/
- www.simplicityparenting.com